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Un gran incordio llamado Amazonas

  • Foto del escritor: Sebastián Duarte
    Sebastián Duarte
  • 27 dic 2021
  • 4 Min. de lectura


El pasado 2 de diciembre salía a la luz la noticia de que Zara, Burger King, McDonald’s, Nike, Adidas y otras muchas marcas contribuían de forma activa a la deforestación de ese inmenso bosque conocido como Amazonas. La noticia se puede leer en español en el periódico El Salto, simplemente buscando en Google “Zara y Amazonas”. El contenido de la noticia es estremecedor. Estas marcas contribuyen cuasi indirectamente a la deforestación de este bosque mediante la firma de contratos de compra de pieles y carne genérica a proveedores que deforestan en Amazonas, a fin de extender las zonas ganaderas y obtener una rentabilidad cada vez mayor. Es probable que alguna de estas marcas ni siquiera conozca este hecho o que, en caso de hacerlo, prefieran obviar esta incómoda realidad. Tristemente, la noticia apenas ha trascendido a los telediarios y noticieros españoles. ¿Por qué? Someramente, porque la noticia no interesa. En caso de haber trascendido, es seguro que en cuestión de dos semanas todo el mundo la habría olvidado y habrían seguido comprando en cadenas de comida rápida hamburguesas con sabor a cartón, pero de bajo precio, y en marcas multinacionales de ropa, que venden productos de la peor calidad, a precios considerablemente elevados para el bolsillo medio en España. El mundo actual se ha construido sobre un sistema insostenible, de bajos precios, de instantaneidad y de productos de corta vida útil. Por ello, el Amazonas es un incordio.


Para estas empresas la importancia que se le ha dado a este espacio de singular relevancia ambiental es incómoda y detestable. Imagínense a Amancio Ortega juntando los dedos de las manos como un villano de James Bond mientras contempla una imagen de cientos de hectáreas del Amazonas que arden. Resulta escalofriante, aunque nunca se hará suficiente. A este enorme dilema ambiental se unen varias cuestiones, que conforman una encrucijada difícil de resolver. De un lado, los presidentes brasileños no se han mostrado demasiado favorables a acabar con la quema ilegal de hectáreas del Amazonas, puesto que ello supone una enorme riqueza para el país y para miles de trabajadores brasileños. De hecho, con la llegada de Jair Bolsonaro, un hombre que ya apuntaba maneras en la campaña electoral, al poder se ha acelerado este proceso de destrucción ambiental. No debe sorprender esta noticia, teniendo en cuenta el perfil del propio presidente, acusado recientemente de crímenes contra la Humanidad por su gestión del coronavirus en su país. Acabar con la explotación legal e ilegal del Amazonas podría resultar catastrófico para la economía brasileña, muy dependiente de la explotación de sus recursos naturales. Por ello, ningún presidente de este país hará nada para evitar este atentado contra el planeta. La única opción para el país podría ser la implementación de medidas económicas destinadas a generar un rápido crecimiento económico y el cambio del modelo productivo hacia el turismo, permitiendo así reducir la dependencia del sector extractivo y fomentar un modelo más “sostenible” – comparando turismo y explotación de los recursos naturales, la primera resulta más sostenible evidentemente –. El crecimiento económico permitiría aumentar la alfabetización de la población, generando una sociedad más culta, que demandará la protección de su patrimonio ambiental, lo que, sumado a la mayor dependencia del turismo, posibilitará un desarrollo más sostenible. Para producirse esta realidad, la sociedad brasileña precisa de atravesar múltiples etapas sociales, hasta alcanzar suficiente madurez intelectual – como ha ocurrido en Europa durante siglos – y el gobierno del país debe estar presidido por posiblemente uno de los presidentes más competentes de la Historia.


No obstante, no solo el Gobierno brasileño es responsable de esta catástrofe ambiental. La población del país también es culpable. Como se adelantó en la argumentación anterior, la demanda social de protección ambiental solo puede desarrollarse en sociedades ricas y cultas, ya que la pobreza despierta los instintos más básicos de la población, teniendo en cuenta la Pirámide de Maslow, por lo que la protección ambiental y el disfrute de la naturaleza son secundarios. Las tasas de analfabetismo son alarmantemente altas en un país que no parece terminar de despegar, aunque fue una de las grandes promesas latinoamericanas. Seguramente, una parte destacada de la sociedad brasileña, además de las élites, es consiente de los problemas que asolan al Amazonas, pero la falta de conocimiento, la dependencia económica de las actividades antes mencionadas y la ausencia de un espíritu ecologista claro impiden que estos sean combatidos de forma activa por la población, que es quien debe liderar la protección de su patrimonio, puesto que en ella reside el poder en última instancia.


El tercer eslabón de esta cadena de factores son las propias marcas de ropa y comida rápida, que se han decantado por los productos nada sostenibles procedentes de Brasil, que son vendidos a costes mucho más bajos que los de los mercados europeos y norteamericanos. No debe sorprender que estas grandes multinacionales apuesten por productos tan insostenibles. Recuérdese que ellas, en general, desarrollaron la deslocalización de fábricas, con el consiguiente coste medioambiental adicional.


Ahora bien, ¿cuál es la solución? Aparentemente ninguna. La encrucijada es tan complicada como enigmática. Cualquier solución planteada puede resultar insuficiente, ya que el tiempo y la economía son factores clave, difíciles de controlar. Sin la suficiente madurez intelectual ni el necesario desarrollo económico ningún brasileño exigirá la protección del Amazonas y, por ello, ningún gobierno. Las ONG ecologistas, como Greenpeace, desconocen el funcionamiento de la compleja sociedad brasileña. Las protestas, las exigencias y las demandas presentadas son insuficientes para proteger un vasto bosque, que se encuentra bastante enfermo en la actualidad, debido a que es una molestia para las despiadas y capitalistas empresas multinacionales. El Amazonas es, en definitiva, un gran incordio.


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