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Feijóo contra Casado y el mundo

  • Foto del escritor: Sebastián Duarte
    Sebastián Duarte
  • 26 feb 2022
  • 5 Min. de lectura


Es oficial. Pablo Casado abandonó la presidencia del Partido Popular español -aunque se mantendrá en el cargo hasta el Congreso extraordinario del PP del próximo martes 1 de marzo de 2022-, así como el Congreso de los Diputados, el pasado 23 de febrero de 2022, tras un discurso y el aplauso de sus compañeros de partido. La noticia no debe sorprender a nadie, puesto que la salida de Casado del partido era una muerte anunciada. Desde su llegada al partido, Casado careció de suficientes apoyos como mantenerse firme en su liderazgo. La falta de carisma y la ausencia de un grupo de fieles aliados políticos impidieron que Casado sacara el máximo rendimiento a su posición como partido de la oposición al Gobierno con más escaños. Estas cuestiones quedaron especialmente implícitas en los vaivenes del presidente popular en el Congreso. Poco después de impedir la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado en el Senado, Casado volvía a votar a favor en el Congreso con la excusa, no por ello menos cierta, de que los presupuestos eran necesarios para la recuperación económica de España. Claramente, Casado fue incapaz en su andadura por la secretaría general de encauzar las distintas vertientes políticas dentro del PP hacia su proyecto de centroderecha, tal como él mismo enunciaba al llegar al partido. El desafío de Vox fue siempre un incordio para el propio Casado. Aunque, en un primer momento, los líderes regionales populares consiguieron formar gobierno sin incluir de forma implícita a Vox, como en Murcia y Andalucía; el adelanto de elecciones en Murcia y Castilla y León perjudicó gravemente al PP en las comunidades autónomas, lo que menoscabó la credibilidad del propio Casado. En Murcia, salieron del paso pactando con Vox un nuevo gobierno y en Castilla y León, está aún por ver, pero todo apunta a un gobierno de coalición PP-Vox. Vox siempre es un socio incómodo, puesto que sus ideas son más radicales que las del PP de centroderecha que intentaba construir Casado, a diferencia de Ciudadanos, mucho más moderado y favorable a la gobernanza regional.


Tras las elecciones de Castilla y León, en las que el PP perdió una amplia mayoría de votos, pese a que se trataba de un “feudo” tradicional de los populares, puesto que llevaban gobernando durante bastantes años; Casado seguramente ya pudo vislumbrar que su final estaba cerca y que Isabel Díaz Ayuso, que desde las elecciones autonómicas de 2021 había cosechado muchos más apoyos que él; podría ser fácilmente la nueva dirigente nacional.


Esta situación de tensión terminó de estallar con el descubrimiento del intento de espionaje a la propia Ayuso. Las dimisiones producidas tras anunciarse este caso de corrupción, especialmente la de Casado, no fueron fortuitas, sino esperables. Casado se resistió a dimitir en un primer momento, llegando a ofrecer “la cabeza” de su número dos, Teodoro Egea, quien dimitió poco antes que Casado. Teodoro no fue suficiente para aplacar el malestar y la picardía política de Feijóo, por lo que Casado, en lo que fue una muerte anunciada, dimitió y abandonó con un rostro triste y desolado el Congreso donde intentó encauzar a su partido hacia una cómoda centroderecha, que le haría ganar la amistad de un exhausto Partido de la Ciudadanía y alejarse de su principal rival de la derecha, Vox, quien había “robado” demasiados votos al partido de Casado, o mejor dicho, ex partido de Casado.


Aunque la salida de Casado, más tarde o más temprano, era esperable, no fue tan lógico la irrupción de Feijóo. Alberto Núñez Feijóo es el líder regional del PP en Galicia, siendo considerado uno de los barones populares. Ayuso decidió no presidir el PP, por lo que Feijóo, que hasta entonces había pasado desapercibido en Génova, canalizó la oposición a Casado por parte de los barones del PP, entre ellos, Juanma Moreno y la propia Ayuso; hacia su persona, convirtiéndose en el principal rival político interno de Casado. A día de hoy, a escasos días del Congreso del PP que se celebrará en Madrid el próximo martes 1 de marzo, parece postularse Feijóo como el futuro secretario general de la dirección nacional.


El hecho de que Ayuso descartara la secretaría general no es menos significativo. Aunque no ha respondido directamente a esta cuestión, todo parece apuntar a que Ayuso teme perder apoyos al llegar a la dirección nacional si el contrato con su hermano y amigo implicados finalmente es considerado fraudulento por la Fiscalía Anticorrupción, que investiga el caso ahora mismo. Ayuso, consciente de ello, ha decidido, sabiamente, abandonar temporalmente el proyecto de encabezar la dirección nacional, centrándose en la gobernanza de la Comunidad de Madrid, una gobernanza sumamente cómoda.


De cualquier modo, convendría detenerse en la figura de Feijóo, que, como se postuló anteriormente, encabeza las apuestas para ocupar el cargo de relevo de Casado. En Galicia, en las Cortes Generales, Feijóo posee una amplia mayoría absoluta, que le permite gobernar con práctica libertad. A su vez, Galicia es otro “feudo” del PP desde finales de los 90, por lo que el triunfo de Feijóo en las pasadas elecciones gallegas le otorgó bastante apoyo dentro del partido, puesto que cumplió con lo esperado: mantener el “feudo” -entiéndaseme, el empleo entrecomillado de “feudo” responde a que se trata de una burda comparación de la estructura política administrada por señores nobiliarios y los territorios autonómicos con prolongados gobiernos de un signo concreto, en este caso, del PP, por lo que, como comparación, merece ser entrecomillada porque el concepto originario atiende a una realidad totalmente diferente-. Mantener el “feudo” supuso mayor apoyo popular para Feijóo, con la salvedad de que se trata de Galicia, una comunidad autónoma cuya implicación en la economía nacional es sustancialmente inferior a la de la Comunidad de Madrid o Andalucía. Entiéndase, la “economía no lo es todo”, pero, sin duda, controlar una autonomía densamente poblada y con una economía dinámica, en lugar de una autonomía con problemas de despoblamiento en las provincias de interior y con una economía menos dinámica, parece mejor carta de presentación frente a la posibilidad de controlar el partido. El caso de Feijóo solo se podrá analizar con el tiempo, porque la coyuntura es sumamente compleja: una dimisión bajo presión, una Ayuso con apoyos, pero que descarta la dirección nacional y un Feijóo capaz de aglutinar a los barones contra Casado. Sin duda, parece el guion de una rocambolesca novela, pero es la realidad. A mi humilde parecer, Feijóo, en caso de conseguir liderar el partido, solo conseguirá mantener los apoyos recabados durante una etapa inicial, pero el auge del PSOE como aglutinador de la izquierda y de Vox como garante de las exigencias de los sectores más radicales dificultarán en demasía la gobernanza de Feijóo. Solo el futuro podrá decir cuál es el paradero que le espera a este ambicioso gallego.

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