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La crisis de los contenedores

  • Foto del escritor: Sebastián Duarte
    Sebastián Duarte
  • 7 ene 2022
  • 4 Min. de lectura


A inicios de 2021 comenzó la llamada “crisis de los contenedores”, un fenómeno de proyección internacional que amenaza con ralentizar la recuperación económica de Occidente. Las causas de esta crisis se remontan al año inmediatamente anterior, donde la pandemia de covid-19 fue protagonista en el mundo al completo. En torno a marzo de 2020, comenzaron los confinamientos severos en el mundo desarrollado, lo que provocó una enorme recesión de las economías nacionales, con el consiguiente hundimiento del PIB nacional de muchos países. China, por esas fechas, consiguió superar la pandemia con medidas severas. Ello le permitió suplir las deficiencias productivas del mundo desarrollado, erigiéndose como la gran potencia de 2020, que consiguió satisfacer el incremento de la demanda de productos que, hasta la pandemia, eran anómalos en la cotidianidad, como las mascarillas, los geles hidroalcohólicos y otros medios de protección individual frente al covid-19. Debido a que el transporte marítimo es el medio más rentable y eficiente para el comercio mundial, la llegada de productos a los países desarrollados se realizó mediante contenedores, los cuales se fueron amontonando de forma paulatina en los puertos occidentales. Ante la escasez productiva de Occidente, los contenedores no fueron devueltos a China. Conforme avanzó el año, los demás países asiáticos dinamizaron sus sectores industriales para suplir las demandas de Occidente.


En verano de 2020, comenzó la denominada “desescalada” o “nueva normalidad”, en la que los gobiernos occidentales procedieron a concluir mucha de las medidas impuestas de cara a la pandemia. Esto conllevó un incremento paulatino del consumo, que fue suplido por los países productores de Asia. La población occidental, después de varios meses completamente confinada, reaccionó a las medidas incrementando su consumo y los viajes, coincidiendo con el inicio del periodo de vacaciones estival, en respuesta a la imposibilidad de realizar estas labores durante los confinamientos severos. Los contendores se fueron acumulando, de forma más acelerada, en los puertos occidentales.


A finales de 2020, se produjeron confinamientos parciales en Occidente, lo que ralentizó en cierta forma el incremento del consumo experimentado en los meses de relajamiento de las medidas anti-covid-19. En 2021, la vacunación se asentó en Occidente, permitiendo una relajación más severa de las medidas, lo cual benefició el consumo interno. A inicios del mencionado año, comenzó la recuperación de las economías nacionales, que permitió la incorporación de muchos trabajadores a sus puestos de forma definitiva, lo que aumentó los ahorros de las familias, que además se beneficiaron de las distintas ayudas estatales concedidas al consumo. La recuperación del consumo fue más rápida de lo previsto, especialmente en sectores como los automóviles. A corto plazo, esta recuperación redujo drásticamente los stocks en Occidente y obligó a los países asiáticos a aumentar su producción. La escasez de productos generó el incremento de los precios, que mermó la esperada recuperación de Occidente. A la par, los contenedores llegados de Asia continuaron acumulándose en los puertos de Occidente, donde, además, el personal se redujo drásticamente a causa de la recesión económica del covid-19 (la reducción de beneficios fue suplida con despidos), por lo que los barcos mercantes comenzaron a apilarse en los puertos, esperando la descarga de los contenedores. En consecuencia, en Asia comenzaron a escasear los contenedores, indispensables en el comercio marítimo. La compra de contenedores no fue una solución, ya que los plazos de entregas son elevados y los precios aumentaron de forma abrupta ante el ascenso de la demanda de estos productos. Así se produjo uno de los puntos más críticos de la “crisis de los contendores”, un problema estructural que arrastraba el mundo desarrollado desde 2020.


En China, en torno a octubre, la pandemia rebrotó con fuerza, obligando al Gobierno y a los fabricantes a cerrar fábricas, generando un importante déficit productivo, que coincidió con el crecimiento del consumo occidental. La consecuencia inmediata de este hecho fue un encarecimiento de los productos y una ralentización de los plazos de entrega, ante la paulatina escasez que se producía en Occidente. A ello se unió el incremento del precio de la energía eléctrica y de las materias primas, que motivó el cierre de fábricas. Ambos incrementos se debieron a un descenso en la explotación de los recursos de los principales países productores, debido a restricción por culpa del covid-19; y a los problemas del transporte marítimo generados por la “crisis de los contenedores”.



En todo el mundo, la electricidad y el IPC se dispararon a niveles jamás visto, que, en algunos casos, recordaban a los precios de las Crisis del Petróleo de la década de 1970. Esta situación se volvió insostenible con el inicio de la “campaña navideña”. A finales de noviembre, millones de personas realizaron sus compras navideñas, dejando tras de sí un gasto inmenso en los comercios nacionales. El incremento de los precios y la escasez de productos fue un constante en esta campaña, generando dos fenómenos dispares: un gasto menor por hogar ante el incremento de los precios y el adelantado de las compras navideñas al Black Friday, ante la amenaza latente de desabastecimiento en Navidad, donde, además, el sector del transporte de muchos países, incluido España, ha amenazado con realizar huelgas generales, que desabastecerán los mercados locales.



Occidente se acostumbró a depender del comercio marítimo. Concretamente, el 90% del comercio internacional se realiza mediante embarcaciones, según la Organización Marítima Internacional. Esto genera una gran debilidad del capitalismo global. Fenómenos coyunturales como el covid-19 pueden afectar directamente a esta debilidad, lo que repercute en los consumidores con el incremento de los precios, la reducción de stocks y la ralentización de los plazos de entrega, en un mundo cada vez más dependiente del consumo como generador de riqueza y de la compra por Internet en decremento del consumo tradicional. La solución a la “crisis de los contenedores” no parece sencilla. Transformar el comercio global hacia un modelo hídrico entre transporte marítimo y aéreo no resulta viable a corto plazo. La compra de contenedores, tampoco, es una solución, puesto que su proceso de producción es lento y costo, además de que los productores aprovecharon la crisis para inflar los precios.


La consecuencia inmediata de esta vorágine de problemas es el incremento de los precios, que genera enormes estragos en las economías domésticas más vulnerables y los comercios de menor tamaño, los comercios de proximidad. Los eslabones más débiles son los que más sufren las debilidades del capitalismo global, de la escasa iniciativa política en la resolución de estos problemas económicos y de la ambición de los productores de incrementar sus ganancias en épocas de crisis.

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