Aporofobia. Rechazo al pobre
- Sebastián Duarte
- 7 oct 2021
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Con 14 casos de aporofobia registrados en el año 2018 en España, parece ser irrelevante la mencionada patología social, o al menos en nuestro país. Sin embargo, esta patología, que podría considerarse como una rama dentro del amplio campo de la xenofobia, no ha sido definida hasta hace prácticamente 20 años. El término “aporofobia” no surge hasta 1995, gracias a la filósofa Adela Cortina, según describe ella misma en su libro Aporofobia, el rechazo al pobre: un desafío para la democracia. Y es que, si bien la aporofobia ha existido desde el comienzo de los tiempos modernos estaba recluida a la xenofobia. Aunque ambas posturas no se diferencian en gran medida en la actualidad (pudiese ser debido a la asociación de pobre con extranjero), es imprescindible la definición exacta del concepto de aporofobia, a fin de esclarecer dicha realidad.
El concepto de “aporofobia” proviene de la palabra griega “άπορος” (pobre) y de -fobia, y podría definirse como el miedo o la aversión hacia los pobres. He aquí la primera disparidad con el concepto de xenofobia, ya que la aporofobia afecta a determinados grupos e individuos no extranjeros. Aunque, por efecto de la globalización y de la mejora de vida de los países desarrollados, generalmente se equipara extranjero y pobre, o al menos eso hacen ver partidos de extrema derecha. La aporofobia, por ello, no afectaría a las personas que ayudan a engrosar el PIB de un país, sino a aquellos que no benefician en nada a la sociedad autóctona y desencadenan problemas de convivencia derivados de la mala adaptación de dichos grupos.
Tras aclarar el término, conviene determinar el origen de esta fobia. No obstante, esto no es tarea fácil. La propia creadora del término, Adela Cortina, no especifica el origen de la patología, sino que divaga en argumentos filosóficos y biológicos que no determinan el origen de la aporofobia, sino de la xenofobia. Es obvio que la xenofobia surge mucho antes que la aporofobia, con las primeras tribus prehistóricas, que sentían aversión a las otras. Esto fraguó un sentimiento de aversión a “lo desconocido” y, por ende, al extranjero. Si bien esta teoría, apoyada en el darwinismo, podría explicar la aporofobia, esta implica un mayor grado de consciencia. La aporofobia solo puede ser ejercida cuando se distingue entre el pobre y el rico. Es, por ello, que el origen de esta patología está más cercano al surgimiento del capitalismo, que crea una distinción entre clases, basada en la riqueza. Sin embargo, no se podría atribuir a Smith la aparición de la aporofobia, ya que él mismo criticó la conducta humana de alabar al rico y repudiar al pobre. Pareciese ser entonces que la aporofobia deriva de una mala interpretación del libre mercado y de una prevalencia del dinero, frente a la propia condición de humano.
La aporofobia se sustenta, fundamentalmente, en la idea de superioridad. La concepción de distinciones entre humanos con dependencia de su capacidad adquisitiva constituye un sistema, sin argumentación y totalmente deshumanizador, que da pie a un sentimiento de superioridad de “los más pudientes” frente a los pobres o los de menor poder adquisitivo. Este planteamiento, que se suele camuflar, como ya han hecho partidos aporofóbicos, con cuestiones ideológicas, patrióticas y demás invenciones; supone un atentado contra la democracia, cuya base radica en la pluralidad y el entendimiento. Un atentado que, de forma irónica, es ocultado en los pilares liberales en los que sustenta la propia democracia. Actualmente, estos atentados se han visto magnificados por el aguje de la extrema derecha occidental y por la radicalización de algunos partidos de derecha. Es, por ello, que el concepto de aporofobia se mantiene latente, e incluso se intensifica, en tiempos modernos. Adela Cortina, en el mencionado libro, defendía la necesidad de nombrar una realidad para poder referirla e intentar eliminarla. Por tanto, el reconocimiento de un sentimiento aporofóbico en aguje supone el reconocimiento de un sistema de superioridad. Esto facilita la destrucción y el progresivo vacío de contenido, al punto de quedar recluido a una concepción absurda, tal como haría Nietzsche; de ese sistema, que se ha logrado instaurar, sobre todo, en las democracias occidentales.
Por otra parte, la aporofobia sustentada en ese sistema de superioridad tiene como manifestaciones, ajenas a cualquier ápice de argumentación o raciocinio, el discurso y los incidentes de odio. Ambos dos son tipificados como delitos por el Código Penal Español, pero existe cierta diferencia entre ellos. Mientras que el discurso comprendería la difusión y la incitación al odio (pudiera ser de cualquier tipo, aunque en este escrito nos enfocaremos en el odio aporofóbico), el incidente (o también llamado “delito de odio”) consiste en la realización de un comportamiento o acción fruto del odio. Tal y como se puede apreciar en este sistema de conceptos, los discursos del odio dan lugar a los incidentes, se podrían considerar como “la llama que enciende la mecha del odio”. Por ello, eliminar los discursos del odio del ámbito político, principalmente, ya que es el asociado a la retórica y a la difusión de discursos entre la sociedad; supone una de las batallas principales de los grupos “antiaporofóbicos”, que generalmente se sitúan en el lateral izquierdo del panorama político. Si, a priori, pudiese ser sencillo erradicar la aporofobia mediante la supresión de los discursos de odio, la labor es más compleja que una partida de ajedrez. En un Estado social de derecho, como el caso de España y casi toda Europa, prima la libertad, de expresión y demás manifestaciones, sobre el resto de derechos y obligaciones. Esta supremacía, que explica en gran parte la problemática de la lucha contra los discursos de odio, se debe a que la propia democracia se sustenta en la libertad, la cual expresa la diversidad y pluralidad de las naciones democráticas, y posibilita la ejecución de la actividad democrática, donde la libertad del pueblo permite la toma de decisiones en base a los intereses propios y deseos del grupo sustentador del sistema político, los votantes. Es, por ello, que todo atentado contra la libertad tendría un gran rechazo social, ya que se consideraría un acto en contra de la democracia. Retomando los discursos del odio, la lucha contra estos puede ser concebida por el pueblo como un acto de libertad, o más bien a favor de esta, y, por ende, a favor de la democracia, o como un acto de privación de libertad. Este amplio abanico de interpretaciones de un mismo acto es fruto de las distintas valoraciones de un discurso de odio, que pudiera ser para algunos respetado (en un sentido de defensa de ese discurso, no considerado como “de odio” por los propios defensores) y rechazado por aquellos que denotan odio en el mensaje. Esta dicotomía, defensa-rechazo, es a la que deben hacer frentes las autoridades encargadas de luchar contra los discursos de odio, que deben aplicar una lógica imparcial a una cuestión puramente subjetiva. Ante este vacío de criterio objetivo, surgen movimientos aporofóbicos acogidos a la libertad de expresión y que “justifican” (haciendo uso a patriotismos, nacionalismos y falsos argumentos) el sistema de superioridad, un sistema de diferenciación entre humanos y no-humanos. Hegel, un reconocido filósofo del pasado siglo, ya propuso incorporar la moral a las instituciones, a fin de frenar y suprimir cualquier movimiento discriminatorio. Sin embargo, las instituciones jurídicas buscan la objetividad ante todo, imposibilitando cualquier lucha contra la aporofobia. Es, por ello, que la responsabilidad de esas normas éticas cae sobre la propia ciudadanía, quien debe promover una libertad de expresión restringida por el respeto mutuo.
Bibliografía:
Cortina Orts, A. (2017). Aporofobia, el rechazo al pobre: Un desafío para la democracia. Barcelona: Paidós.
Ministerio del Interior (2018). Informe 2018 sobre la evolución de “los delitos de odio” en España [pdf]. Recuperado el 5 de noviembre, de http://www.interior.gob.es/web/servicios-al-ciudadano/delitos-de-odio/estadisticas.
Real Academia Española (2019). Diccionario de la lengua española, 23ª ed. Recuperado el 6 de noviembre, de https://dle.rae.es/.
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