El papel de Descartes en el panorama científico de la Europa Moderna
- Sebastián Duarte
- 22 nov 2021
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 12 ene 2022

René Descartes fue el gran filósofo del siglo XVII, uno de los protagonistas de la Revolución Científica europea del mismo siglo, un filósofo y matemático francés convencido de que era capaz de destronar al mismísimo Aristóteles. Ciertamente, Descartes logró su objetivo con una estrategia peculiar y sorteando grandes dificultades, pero para comprender verdaderamente la genialidad de este erudito de su tiempo es precioso conocer cómo Aristóteles se convirtió en el personaje más memorable de la Edad Moderna.
Aristóteles fue otra mente privilegiada de la Grecia Clásica. El que fue discípulo de Platón y maestro de Alejandro Magno gozó de grandes éxitos en su trayectoria, siendo recordado como un gran filósofo, matemático, astrónomo, físico, politólogo y demás cualidades. Durante la Edad Media, sus descubrimientos cayeron un poco en el olvido, a causa de la inestabilidad política y social que vivía la Europa Medieval. Sin embargo, en el tránsito entre la Edad Media y la Moderna, la figura de Aristóteles es desempolvada y sus escritos, antes olvidados, vuelven a sembrar el modelo teórico de todas las ciencias. Los intelectuales de la época quedaron fascinados por el ingenio de Aristóteles, incansable en su búsqueda continua del conocimiento intangible. La teoría política aristotélica pronto se convirtió en el modelo explicativo para la situación política del momento, tal como ocurrió con sus ideas sobre física, matemáticas, astronomía, filosofía y demás. No pasó mucho para Aristóteles se convirtiera en la cabeza de la filosofía natural alto moderna.
Ese arrasador éxito no se explica sin la intervención de la Iglesia y de sus organizaciones afines, destacando la Compañía de Jesús. La cosmología aristotélica resultaba muy atractiva para la Iglesia y los religiosos católicos, ya que no era incompatible con la fe cristiana y colocaba la Tierra en el centro del universo, destacando a la más sublime creación divina sobre el resto del cosmos: el sur humano. La Iglesia católica facilitó la expansión de la teoría aristotélica y castigó con vehemencia cualquier hereje contrario a dicho saber. La Compañía de Jesús también se vio atraída por la susodicha cosmología, por lo que se dedicó a impartirla en todas las universidades a las que los jesuitas tuvieron acceso, las más importantes de la época. A la par, los jesuitas combinaron estas ideas con las del Humanismo, un movimiento intelectual del siglo XVI que resaltaba la faceta humana del hombre por encima de las demás cualidades. Así fue como las ideas de Aristóteles, en sintonía con el movimiento Humanista y con las enseñanzas religiosas, coparon los currículos de las mejores universidades europeas.
El resultado de todo ello fue ciertamente perjudicial para el pensamiento científico. Por una parte, se impuso un modelo de universo estático y poco cambiante, como lo concebía Aristóteles. Por otra parte, tanto Iglesia católica como jesuitas defendieron con tozudez las ideas humanistas y aristotélicas, castigando todo disidente. Todo ello originó que durante un par de siglos la innovación científica quedara renegada a una mera continuación de los postulados de autores clásicos. En ese contexto, surgen las figuras de Copérnico y Vesalio que, aunque revolucionarios en su tiempo, se consideraron continuadores de la doctrina de autores clásicos (de Ptolomeo y de Galeno), por lo que no rechazaron cualquier vinculación con la época anterior. A su vez, esta sumisión del conocimiento a las teorías clásicas generó que todos los intelectuales recurrieran a filósofos griegos y romanos para legitimar sus ideas. A la par, la doctrina humanista dañó la reputación de disciplinas como las matemáticas, que quedaron renegadas a la condición de vasallas de la física.
El panorama que se vislumbraba era bastante sombrío y áspero hasta que, a finales del siglo XVI y durante el siglo XVII, una serie de científicos se confrontarán a la Iglesia y al propio Aristóteles, iniciando la llamada Revolución Científica, una de las épocas de mayor avance científico de la historia, cuyos descubrimientos serían finalmente incorporados a las universidades tras muchos conflictos. De esa época, un miembro destacado fue René Descartes. La genialidad del filósofo reside en el universo filosófico que construyó y su estrategia para difundir sus ideas, que resultó en un éxito.
El universo cartesiano parte de las ideas Beeckman, filósofo contemporáneo a Descartes, y del rechazo absoluto de muchos de los postulados humanistas y aristotélicos, así como de la información sensorial y de la autoridad antigua, lo que supuso un verdadero hito científico. Descartes, por ende, fue el primer filósofo en rechazar recurrir a un filósofo clásico para legitimar sus ideas. Este universo ideado era explicado mediante las matemáticas, pese a que la reputación de estas era sumamente cuestionada en este tiempo.
Descartes concibe el universo como infinito, con un esquema heliocéntrico. El Sol ocuparía el centro y todos los demás planetas se moverían en torno a este, incluida la Tierra, por medio de una serie de círculos imaginarios, llamados vórtices, que conectan los planetas entre sí, prolongando el movimiento de un cuerpo a otro. Este modelo de vórtices requiere la intervención de una fuerza inicial, que Descartes identificó con Dios. Este modelo rechaza el geocentrismo ptolomeico y aristotélico, y plantea una explicación del movimiento en el espacio basado en el empuje de un cuerpo anterior.
Sin duda, la hipótesis cartesiana es sumamente curiosa, pero ¿cómo consiguió este filósofo francés difundir sus ideas destronando a Aristóteles? La estrategia de Descartes no era otra que invitar al propio lector a reflexionar conforme leía la obra. Para ello, Descartes planteó un revolucionario método científico basado en la duda. El filósofo comienza dudando de todo, hasta de su propia existencia. Tras ello, se percata de que de lo único de lo que no puede dudar es de su propia existencia. Por ende, si piensa, existe (“Cogito, ergo sum”). Demostrada la propia existencia, se comprueba que Dios existe, ya que un ser que no para de dudar, por tanto es imperfecto, no podría desarrollarse de forma plena si no existiera un ser perfecto, Dios, que rigiese el universo. Demostrada la existencia del ser y de Dios, Descartes prosigue arrebatándole a la realidad todas sus cualidades, a excepción de la extensión geométrica, la única cualidad que no depende de los sentidos. Por ello, si la única cualidad con certeza de la materia es extensión geométrica, el universo no puede contener vacíos, sino que está completamente colmatado por materia. Esta materia, como no puede comprimirse, la única forma que tiene para moverse es la colisión con otro objeto (sistema de vórtices). Dicho esto, los animales pasarían a ser máquinas mecánicas, puesto que se considera que no piensan y que solo tiene extensión geométrica. El ser humano, por el contrario, es capaz de pensar, por lo que es mucho más que un animal. Esta capacidad de pensar se comprueba con la duda de la propia existencia y con la atribución de cualidades sensoriales a la materia, lo que solo puede hacer una mente pensante.
El método cartesiano, complejo y hermoso en su construcción, supuso una revolución en su tiempo. Con esta astuta estrategia, Descartes consiguió que sus lectores reflexionaran conforme leían sus obras, aceptando de forma más sencilla todo el universo filosófico que el intelectual francés había construido.
El éxito de la teoría cartesiana fue abrumador. Después de su muerte, a mediados del siglo XVII, sus obras pasaron a ocupar una parte importante en los estudios de las universidades europeas. El éxito de Descartes fue tajante. Consiguió su objetivo, destronar al renombrado Aristóteles. De forma paradójica, Descartes se convirtió en gran personaje del siglo XVII y principios del siglo XVIII, lo que le hará tener que enfrentarse (en un sentido metafórico) a duras críticas, siendo la más destacada la proveniente de Isaac Newton. Es curioso como Descartes conseguirá asimilarse a Aristóteles, en cuanto a consideración filosófica, y Newton, opositor del primero, ocupará el mismo papel que Descartes ocupó en su momento. Tanto el enfrentamiento intelectual entre Aristóteles y Descartes, y el enfrentamiento entre Descartes y Newton concluirán de la misma forma: el filósofo más joven destronará a su sucesor, pero los conocimientos de ambos se entremezclarán. Sin duda, la genialidad de estos ilustres pensadores se mantendrá a lo largo de la historia, pese a las dificultades y a la oposición que encontraran sus seguidores.
Bibliografía.
Dear, Peter (2007). “La revolución de las ciencias. El conocimiento europeo y sus expectativas, 1500-1700”. Ed. Marcial Pons Historia.
Sin autor (s/f). “La filosofía de René Descartes”. Recuperado [2021] de http://godella.redsagradocorazon.es/wp-content/uploads/2014/10/images_Secundaria_Departamentos_humanidades_2bacFilosofia_Descartes.pdf.
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