Absolutismo versus totalitarismo
- Sebastián Duarte
- 2 jul 2021
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 12 ene 2022

Absolutismo y totalitarismo son dos conceptos históricos, que frecuentemente son confundidos. No obstante, en su esencia, son fenómenos totalmente diferentes, distanciados por varios siglos de Historia y con características propias, condicionadas evidentemente por el contexto en el que se desarrollan. Si bien son fenómenos diferentes, con teóricos diferenciados, en cierta forma, el absolutismo se puede considerar una forma errónea de totalitarismo. Antes de explicar esta idea, convienen detenerse en profundidad en cada fenómeno.
El absolutismo aparece en torno a los siglos XVI, XVII y, en menor medida, XVIII. Varía según el país la fecha de inicio, aunque si se toma como referencia Francia, sería más correcto hablar del siglo XVII. Se menciona Francia puesto que es el modelo europeo absolutista. Los otros grandes estados europeos modernos serán España, donde el absolutismo quedó a medio implementar, e Inglaterra, donde el absolutismo será tan efímero como una tormenta de verano. Dejando de lado la situación de España e Inglaterra, Francia es, sin duda, el más claro ejemplo de absolutismo. Este modelo político se basa en un preminencia del rey sobre la ley y sobre los demás estamentos. Durante la Edad Media, el rey estaba subordinado a las llamadas “leyes elementales del reino”, un conjunto de dictámenes legales que se consideraban antiquísimos e inalterables; y condicionado por el poder de los nobles de su reino. Ciertamente, durante el medievo, la pasividad de actuación de los reyes y diversos fenómenos históricos, como las cruzadas o las guerras civiles, ocasionaron que los nobles se adelantaran a su señor superior. Sin embargo, la situación política cambió radicalmente a finales de la Baja Edad Media, cuando aparecen una serie de reyes que enérgicamente intentan recuperar poder, pero no será hasta el siglo XVII que verdaderamente se vislumbren claros ápices de absolutismo real europeo.
En Francia, el absolutismo comienza con el Cardenal Richelieu, ministro de Luis XIII. Este ministro emprende un proceso político que tardará casi un siglo en completarse y que dará como resultado la “domesticación” de la nobleza, la adscripción de la clase comerciante adinerada a las altas esferas de la política real y la centralización del poder y de la administración en torno a una misma figura: el rey. El proceso fue arduo y complejo, a la par que astuto y arriesgado.
La domesticación de la nobleza, o séase, la pérdida de poder de los nobles en favor de su rey, perdiendo así ese carácter militar que les caracterizó siglos atrás; se consiguió mediante la figura de la Corte. Esencialmente, la Corte era una reunión de nobles de la Alta Nobleza, que servían de consejeros al rey. El monarca se comprometía a conceder pensiones vitalicias a los nobles del consejo y estos, a obedecer al rey y a no rebelarse militarmente. En este acuerdo, los enormes gastos de la nobleza en concepto de fiestas y lujo, que provocaban frecuentes deudas, fueron un aliciente a aceptar esta imposición. A su vez, la perspicacia de los reyes y sus ministros fueron clave. Estas Cortes conformadas en Europa tenían prácticamente nulo poder real en la política, eran un mecanismo del rey para obligar a los nobles a someterse a su poder y a vivir en el Palacio Real, desde donde era más fácil controlar a esos nobles.
La adscripción de la clase comerciante adinerada a la política fue otro elemento clave en el proceso de absolutista. La doctrina mercantilista y la recuperación del comercio mediante colonias en el siglo XV y XVI generó una clase adinerada nueva, los burgueses. Estos, a su vez, fueron clave en el desarrollo industrial, ya que invirtieron parte de su capital en rudimentarias fábricas y en sectores con futuro. Su alto nivel de vida les permitió educarse en las universidades de la época, formándose como verdaderos profesionales. Los reyes absolutistas, especialmente en Francia, supieron ver el potencial de esta clase comerciante, así que les concedió títulos y cargos en una nueva administración dependiente del rey, que sustituiría paulatinamente a los históricos parlamentos, asambleas y similares. Las ventajas de esta clase adinerada es que tenían habilidad en cuestiones de derecho y de economía, por lo que permitieron desarrollar una importante administración de profesionales al servicio del rey.
Precisamente esta nueva administración de profesionales fue otro de los instrumentos que permitió a los reyes convertirse en absolutos, ya que los monarcas colocaron a sus fieles cargos en puestos de vigilancia y control de las instituciones históricas, solapando las funciones de esta y acabando con su autonomía.
Pese al poder absoluto que lograron los reyes, que le permitió controlar mejor la población, el control popular no era del todo absoluto. Las limitaciones técnicas y la escasez de medios de represión y control impedían a los reyes, por muy absolutistas que fueran, imponer su voluntad completamente sobre los campesinos. Los más pobres, dedicados al arado de la tierra, tenían plena libertad en la práctica en su vida privada y, en algunos aspectos, en su vida pública. El poder del rey no se extendía completamente por toda la sociedad, pese a lo que ha querido interpretar parte de la historiografía reciente.
El verdadero control de la sociedad se produce en el siglo XX. Son muchas las causas: el incremento de las fuerzas del orden, el asentamiento de un Estado poderoso que hereda características de la época absolutista, la instauración de mecanismos de control de la población como los censos, la aparición de una tecnología más avanzada, la creación de instituciones dedicadas a instruir a la población, la irrupción del Estado en la educación, entre otras cuestiones. Ciertamente, los campesinos de la era absolutista gozaban de muchísima más libertad de la que gozan los ciudadanos de la Edad Contemporánea en los países democráticos, entendiéndose libertad como menor control estatal. La era de mayor control y menor libertad de la Historia de la humanidad fue la época totalitaria precisamente. Por totalitarismo, se entiende como un fenómeno histórico plenamente contemporáneo, acuñado en 1923 por el político liberal Giovanni Amendola, que rápidamente fue adoptado por todos los teóricos de la época.
Así como Francia es el más claro ejemplo de absolutismo, Italia es la manifestación más clara de totalitarismo, que en cierto modo se puede equiparar al concepto fascismo, aunque este último tiene una tinte más práctico y político. Es como la diferencia entre liberalismo económico y capitalismo, irrelevante. Prosiguiendo, el totalitarismo se sustenta en un régimen dictatorial contemporáneo, que suele estar controlado por un líder carismático, caudillo en España, duce en Italia, führer en Alemania. Este líder se encarga de expandir los tentáculos de su poder al completo de la sociedad, controlando vida pública y vida privada. El proceso fue asombrosamente más rápido que el absolutismo, ya que la época de crisis post-Guerra Mundial y el desencanto de Italia con el Tratado de Versalles de 1919 fueron motivos más inspiradores para cambiar el régimen político. Aunque es complejo acotarlo, podría decirse que la construcción del Estado totalitario, al menos en Italia, que tomamos como modelo por ser el primero y más próspero Estado totalitario, al menos al principio; se basó en varios pilares: derrocamiento del orden político anterior, apoyo popular, instituciones de vigilancia y control férreo de la economía y la educación.
El derrocamiento del orden anterior, en el caso de Italia, se tradujo en la movilización popular contra el estado antiguo, todo bajo el liderazgo de Mussolini, quien supo canalizar el descontento popular para alcanzar el poder. Una vez llegado al poder, Mussolini se vale de todos los instrumentos legales para ocupar todo el poder, mientras que el pueblo permanece pasivo. Con el poder completo, Mussolini aumenta su apoyo popular mediante el control férreo de la economía y la educación, al estilo socialista. Con ello, consigue adoctrinar a la población, ganar fieles y supeditar los trabajos al Estado, convirtiendo a toda la población en “vasallo”. Así, el líder totalitario consigue el apoyo popular que necesita para mantenerse en el poder. Para asegurar el poder, el totalitarismo se vale de otro instrumento, las instituciones de vigilancia, compuestas por espías y políticos contrarios a la libertad de opinión. El pueblo queda domesticado por el Estado de forma absoluta. Todo ello no hubiera sido posible sin la tecnología contemporánea, tanto de guerra como de control de la población; y sin el gran número de oficiales de seguridad con los que contaron los estados totalitarios.
Por tanto, existe una diferencia sustancial entre totalitarismo y absolutismo. Cada uno posee características propias, se genera por procesos diferentes y es característicos de un determinado periódico histórico. Sin embargo, si existe una clara relación: el trasfondo. Ambas doctrinas son intentos, más acertados que fracasados, de un líder de imponer su poder sobre toda la sociedad, controlándola en el camino. Los reyes absolutistas intentaron controlar a la población, pero se tuvieron que conformar con domesticar a la nobleza en cierta forma. Por ello, la afirmación de que el absolutismo fue un ensayo fracasado de totalitarismo no sería tan disparatado, aunque eso sí, muy anacrónico.
Bibliografía:
Bernal Payares, Omaira (2014). “El poder, la política y el Estado en el absolutismo y el renacimiento” en ResearchGate. Recuperado [2021] de https://www.researchgate.net/publication/311159958_El_poder_la_politica_y_el_Estado_en_el_absolutismo_y_el_renacimiento.
Fuentes, Juan Francisco (2006). “Totalitarismo: Origen y evolución de un concepto clave” en Revista de Estudios Políticos. Recuperado [2021] de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2210463.pdf.
Jarillo Gómez, Juan Luis (2005). “El Estado absoluto como primer estadio del Estado moderno” en Dialnet. Recuperado [2021] de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2210463.pdf.
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